Fue en el tiempo
de los relojes parados
en que hubo un hombre
que pintaba pájaros dorados
en las ventanas cerradas.
Nadie rezaba
y se mentía en verso,
a doble espacio
en leyenda ilustrada.
Sólo se lloraba
de alegría inabarcable
y se amaba a tiempo,
a destiempo
y a contracorriente
en ríos de melaza.
Los niños tenían alma,
pequeña de gorrión silvestre,
y trinaban en bandada
por las esquinas del aire.
Era el tiempo
de los momentos puntuales,
la velada en vela
y las mañanas postpuestas.
Tiempo de besos
siempre robados,
amor sin recibos
y hogar sin fronteras.
de los relojes parados
en que hubo un hombre
que pintaba pájaros dorados
en las ventanas cerradas.
Nadie rezaba
y se mentía en verso,
a doble espacio
en leyenda ilustrada.
Sólo se lloraba
de alegría inabarcable
y se amaba a tiempo,
a destiempo
y a contracorriente
en ríos de melaza.
Los niños tenían alma,
pequeña de gorrión silvestre,
y trinaban en bandada
por las esquinas del aire.
Era el tiempo
de los momentos puntuales,
la velada en vela
y las mañanas postpuestas.
Tiempo de besos
siempre robados,
amor sin recibos
y hogar sin fronteras.