Sabiéndome malherido,
con esta astilla de luna
que mi pecho abre,
sigo camino al exilio
desertando de las certezas.
Fugitivo de las fechas
y los relojes en llamas,
me alimento de burbujas
de tiempo perdido.
Duermo a ratos,
arropado con sonatas
para violín anciano,
sobre las hojas muertas
de un perenne otoño.
Algún que otro día
sonrío a las libélulas
y a los gorriones saludo,
formalmente,
que lo cortés da
más que quita.
Riego las flores
de mi barba cana
y en mis huellas dejo
algún verso perdido.
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