sin diagnosticar
y llenan las calles y los bares
de relatos delirantes
que nadie escucha,
de los que todos huyen
por miedo a diluirse en la locura
del orate desconfinado.
Y el loco recita frases en contagio,
sobredosis orales declamadas
en solemnidad solo suya,
rimbombantes sentencias lapidarias
para algún pedestal,
panteón o conmemorativa placa
de cualquier batalla perdida.