por los vientos más viajeros
quedaron los retratos de los sin nombre.
La sal abre las pieles
que no saben de arenas
para sangrar como los cítricos.
El cuervo mira como una aguja
hacia la ventana estampada
para despertar el escalofrío.
El dolor sonríe a boca torcida
como un pariente más,
cotidiano y huésped,
a cada canto de gaviota.
No es tiempo de pétalos
y sí de corteza prestada
a plazo fijo.
Mientras tanto los líquidos,
indisciplinados,
expanden la tibieza de lo trémulo.
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