En cercanías cabalgo vías,
hierros entre pueblos térmicos
de un carbón perdido,
al son de Brandeburgo
y sus conciertos,
aislado en auriculares
de las conversaciones vacuas
de un verano prematuro
y cruel en tierra de verdores.
En cercanías atravieso
Principado del principio,
hacia la costa maltratada
de fecal y siderúrgica,
en pos de la niña
que me porta en cromosoma.
El revisor revisa y comprueba,
revisionista de propio,
y el viejo Johan Sebastian se expande,
germánico y barroco,
por el vagón plástico
preñado de adolescentes
de poca ropa y lánguido estar.
En la vetusta parada
de un Oviedo regio y recio,
se incorpora la corbata
y el postín regente.
Diviso el Hospital majestuoso,
residencia conocida
de un servidor y su degüello,
donde me forjé de nuevo,
rancio y rabiado
pero vividor sin miedos.
El sol sigue inclemente,
castigando la soberbia
de las praderas densas,
y el alemán me eleva
en suspenso entre corcheas.
hierros entre pueblos térmicos
de un carbón perdido,
al son de Brandeburgo
y sus conciertos,
aislado en auriculares
de las conversaciones vacuas
de un verano prematuro
y cruel en tierra de verdores.
En cercanías atravieso
Principado del principio,
hacia la costa maltratada
de fecal y siderúrgica,
en pos de la niña
que me porta en cromosoma.
El revisor revisa y comprueba,
revisionista de propio,
y el viejo Johan Sebastian se expande,
germánico y barroco,
por el vagón plástico
preñado de adolescentes
de poca ropa y lánguido estar.
En la vetusta parada
de un Oviedo regio y recio,
se incorpora la corbata
y el postín regente.
Diviso el Hospital majestuoso,
residencia conocida
de un servidor y su degüello,
donde me forjé de nuevo,
rancio y rabiado
pero vividor sin miedos.
El sol sigue inclemente,
castigando la soberbia
de las praderas densas,
y el alemán me eleva
en suspenso entre corcheas.