Eran mañanas de cualquier vuelta de esquina,
mañanas cotidianas de absolución provisional
o condena cierta.
Mañanas de posibilidades,
revólver en bolsillo
y azares en ruleta.
Mañanas de estampido,
amigo desguazado
para funeral con bandera.
Eran mañanas grises,
solitarias sin abrigo
de nada y de nadie.
Mañanas expectantes
del azar de la metralla
o bala en nuca.
Como asumidas,
como reo de un delito
nunca cometido.
Cuánto maldigo los gatillos,
casi tanto como los silencios.
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