Llueve sobre la niebla
de esta ciudad mojada,
casi siempre recién lavada,
definida en humedades.
El degollado espera
retorno al degüello
pues no bastó
con un lance
para zanjar disputa.
En la octava
se le recuerda
en grato
y gratamente saluda
las ternuras blancas
que siempre estuvieron.
Llueve,
como si procediera,
y la vida se levanta
ajena a los intramuros
del templo de los sin nombre.