Fue aquel día de viento violáceo
cuando descubrimos que las hojas muertas
de los árboles más viejos
traen versos escritos
de los poetas difuntos.
Versos perdidos y transeúntes
que todos los otoños emigran
buscando niños caminantes
que los lean a media voz.
Que los conjuren a la vida apalabrada
de una lectura breve,
leve,
libre de falsetes
para sembrar memoria
de los poetas extintos.
Fue aquel día de cárdeno viento
penitente,
viento culpable de las demencias,
cuando encontré tu nombre grabado
en la raíz más torneada.
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