Regresé,
brevemente,
a tus venas tortuosas
coaguladas de gentío.
Volví a tu luz anaranjada,
Madrid colorido,
evocando trozos de piel
que perdí por tus aceras.
Pequeño pueblo grande,
casa de todos,
grandeza y miseria
emulsionadas en gazpacho.
Te ví de nuevo,
te degusté,
departí en charla larga
y, sin despedirme,
pues tal no quiero,
te dejé a la espalda
de un tren norteño.
Tengo mi dosis
de Madrid,
al menos para un tiempo,
síndrome apaciguado.
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