Pueden llorar las catedrales
el abandono de las vidrieras
colapsadas de luz sucia,
proyectando en los altares
sombras de fe residual,
a clavo ardiendo.
Pueden cantar los minaretes
llamadas a media luna
que no hay profeta sobrio
que me encandile.
Pueden los líderes
embalsamarme con promesas,
inyectarme teoría económica
y de social justicia fasciculada,
televisarme ideología
o dosificarme píldoras internautas
de indignación asamblearia.
Y es que ya no,
ya sufro la anorexia
al sermón y a la soflama,
y ni creo ni me creo
pues es diáfana la infamia,
clara de manantial cotidiano.
Seguid el juego
que me aparto
de las procesiones
de palio o pancarta
y no seré cofrade
más que de la piel
de quien me ame.
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