Cuán nefasta es
la luna en mitad,
sesgada,
ocultando sombras,
negando luces.
Qué tajante el cruce
en los caminos,
en colisión de trayectoria,
o el aspa de molino
titánico,
descalabrando caballeros.
O la estrella real,
de reyes viejos,
encajando triángulos
y encerrando niños
en un pentágono alambrado.
Busquemos el plenilunio,
circular y denso,
y la rotonda
como oferta
de camino cierto.
La esfera de la razón
frente al corte,
a cruz o alfanje,
de lunas
o firmamentos.
Desterremos las aristas,
la tajante recta,
y rodemos,
en tiovivo ovillado,
centrífugo,
para hallar la curva,
la parábola exacta,
que el olivo crece
en tierra combada
y no existe el llano,
la planicie absoluta,
en una tierra esférica.
Dibujemos,
sin cartabón
ni escuadra,
a mano alzada,
las elipses
que entrelacen lo común,
ajenos a diseños
de vil delineante,
cartógrafo sectario
del mapa de la infamia.
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