Pueden tender las aceras
si se rinde este invierno constante,
que las barran las brisas errantes
que fue más que bastante
todo lo que llovió.
Que se tiñan de jugo de sol,
que la luz pide ya su razón.
Y yo no encuentro acomodo,
prisionero de llovizna espesa,
sólo el musgo se sienta a mi mesa,
mi almohada atraviesa
y se adueña de mí,
enmohecido de verde y de gris,
los colores huyeron de aquí.
Huérfano de primaveras,
por fieros otoños adoptado,
es escarcha la sangre en las venas
el ramaje es la pena
del retoño abortado
por la luz de ese astro asustado
que se esconde detrás del nublado.
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