Dejadme a mí en la orilla,
que las corrientes sean vuestras,
que desde la hierba dorada
veré vuestros aspavientos torpes
y las necias brazadas
hacia ningún lugar,
con vocación de cieno.
Dejadme a mí,
que yo me amarro
y me humedezco de brisa,
que al río iré,
pero desnudo,
sin pesadas túnicas
de denominación originaria.
Seguid los cursos que os marcan,
extraviaros en los meandros
entre los juncos de marisma
y sed eso,
masa líquida en avenida.
Soy madera vieja
de chalupa en dique seco
y no quiero nombre,
ni marea que me gobierne.
Dejadme aparte,
tendido al sol tardío,
consciente de los átomos
y las constelaciones.
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