Fruto de algún sueño roto,
emergí al planeta con prisa,
menudo y arrugado de poco hecho y
sin designio alguno,
siempre incierto,
como ahora mismo,
nimio,
leve,
algo más que perecedero.
Conjugado por un mal padre
y encarnado en madre de tierra,
recia víctima de la alimaña,
que fregó y lustró casas
de las miserables élites
a fin de rellenarnos el mollete,
gracias a ella fui mejor
de lo que pude haber sido,
algo mejor sin alarde.
Leí,
escribí,
pisé las tablas de la escena
y me engancharon a la belleza
las buenas gentes enseñantes,
quienes forjan la esencia.
Tomé las armas para no usarlas,
serví y protegí,
sepulté amigos despedazados
por los odios bajo un ritmo de txalaparta,
empapado en el sirimiri cruel de los silencios.
Dejé jirones en Gran Vía
por evitar malas artes
y me centré en la gente
más que en el laurel de los galones
y ambiciones de despacho.
Amé,
desamé,
intercambié dolor
y pasión hasta el absurdo.
Padre fui y padre soy,
errático y errado
en trayectoria y decisiones
pero entrego lo que he,
lo que he habido y lo que habré.
Soy y estoy ahora norteño,
bienqueriendo y bienquerido,
sin piruetas,
regalando poemas
a quienes me dan sustento
de aliento y gesto.
No me disculpo,
solo agradezco,
pues el perdón siempre es tramposo
y agradecer engrandece.
Viví,
vivo,
viviré y moriré
a fin de cuentas,
como todos,
alguna tarde dorada
con las manos en los bolsillos
y una melodía de Elgar de fondo.
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