Qué difícil volar
con alas mojadas
en plomo.
Es el precio
de vivir en tierra,
casi arraigado,
de la cordura convenida
por los escribas,
los guardianes
de los templos
y los reyezuelos sifilíticos
de ejercer pernadas.
Sufres ataques
de palomas rabiosas,
despojadas de olivo,
que defecan,
oxidando cuadros de paz
y altares de santos espíritus
de adulterios salvadores.
Ahogado en laberintos
hechos de cortina gruesa
de mentira engrasada,
buscando salida
entre paneles
con rostros conocidos,
nítidos gestos
de burla al escrutinio.
Muertos los dioses,
corruptos los héroes,
las doctrinas licúan
la tinta emborronada
por el tiempo ruín,
y la matanza se asume
como opción a la palabra vana
de buena voluntad,
siempre postergada.
Y en los continentes
siguen naciendo muertos,
a veces salpicados
por grano de cereal
con etiqueta,
mientras la usura atesora,
y en bolas de cristal
vaticina los desastres
a capricho.
Suenan tambores,
cornetas bélicas
de llamada a la catarsis,
a la masacre que nos retorne
al principio de los tiempos,
a fin de recomenzar
con los errores.
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