Resbaladizas son las calles de humedad vestidas.
Calles que a los templos llevan,
aun ignorados,
templos muertos
con soberbias atalayas de llamada a arrodillarse,
presidiendo las mañanas
de domingos no buscados.
La gente vive,
pasea, conversa y carga
con las rutinas leves
que te anclan a la acera.
Un contenedor travieso,
tras la farola oculto,
juega al escondite
con el que sólo mira.
Mira y por mirar no aprende,
más testifica
en el proceso largo
de este crimen de existencia.
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