Desterrada la arista,
esferas y elipses en equilibrio
conforman tu cuerpo
de marea antigua.
Gelatina contenida,
embalada en piel de tallo,
te reclaman las frutas
al canto del arroyo.
Dueña de la humedad
y la sal en prisma,
la tierra te pare
y te venera.
Fin y origen,
partida y meta,
vestida de nube
te sacias de la grana
mostrando voluntad de huerto,
de surco al riego torpe
del bracero necio.
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