Deambulaba sin timón,
tropezando
con hombros extraños,
miradas de hielo y tizón.
Era un barco de papel.
Un naufragio,
sabido y contado,
en turbias mareas de hiel.
Imposible de atracar,
no había puerto en Badajoz,
solo el río,
vertido en mi barrio,
regaba raíces de voz.
Y al fin armas yo velé,
y acabé
sorteando mi suerte,
en calles de un norte cruel.
La serpiente me buscó,
no me tuvo
mas pudo dejarme
veneno encallado y dolor.
Evitado el funeral,
fui a la Corte
donde ahora el cuchillo
mi carne quería catar.
Y es que es duro callejear,
entre plazas,
buscando furtivos,
en el núcleo de la Capital.
Y la hierba me llamó,
la manzana,
la lluvia en cortina
y el polvo dulzón del carbón.
Y ahora duermo en el Caudal,
con mi hada y con mujer,
arropado
con manta de musgo,
la encina me suele cantar,
desde lejos como no,
como un eco del ayer,
pues la tierra,
redonda y danzante,
los cantos suele devolver.
Cualquier día faltaré,
como falta,
todo lo que vive,
a la hora del cambio de ser.
Mis culpas no purgaré,
mis obras no durarán,
solo quede
el leve recuerdo
de un loco que no supo estar.
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