Al llegar,
cuelgo mi chaqueta
de un rabo de nube
y espero
sentado en el buzón
inflamado de cartas
sin remite,
con sello de estaño,
mi turno tardío
para la consulta
del extirpador
de espinas de rosal.
No duele
mas se encona la herida,
revestida de pus viejo,
abono de la zarza
que enreda los pasos.
No temo jeringas
pues sedado vengo,
entumecido
a sobredosis de naftalinas
inocuas a la polilla
que ventila mi entraña.
Tratamiento a bisturí,
seco,
brillante de asepsia,
y no hay gasa
para hemorragias
de desencanto.
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