Da igual el gesto,
el rictus,
los silencios.
La exposición
programada
de símbolos
y objetos
etiquetados.
Los dolores son,
de eso no hay duda,
están
sin pretenderlos
y solo el aire,
a ventana abierta,
puede arrastrar los humores
en suspensión
que lastran las cortinas.
Es vano disparar
carámbanos a ballesta,
es inútil el flagelo
de un tono de voz
afilado
o,
por el contrario,
el leve silbo
de palabras en quejido.
No hay hueco,
en las cajas,
para otro envase
retornable.
No queda vocación
de calvario.
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