Se detiene el ascensor
en la planta exacta,
con rebote de inercia
como añorando altura.
Abierto te vomita
a un pasillo añil
de puertas hermanas,
bautizadas a cifra sobre marco.
Sin recordar el número
llamas al azar
y aciertas,
pobre lotería
de dudoso premio.
Tras la vasta mesa,
latifundio de madera
sembrado de legajos,
los lejanos ojos
de corbata rígida.
La voz,
espesa,
gelatinosa,
deslabaza extrañas palabras,
código desconocido
que finges asumir,
asintiendo,
recoges el papel,
el crucial documento
que dice todo.
Sales sin mirar el folio,
evadiendo letras negras y,
prevenido,
buscas escaleras
que bajas navegando.
En la calle,
sol,
aire,
sudor y jadeo.
Bajas la cabeza y miras,
pespunteas los signos
y los párrafos,
emboscados en lo obvio,
saltan a tu camisa nueva
de incauto.
Todo estaba,
como temías,
escrito.
Todo estaba,
como sabías,
a tu puño y letra.
Excelente poema.
ResponderEliminarSí, siempre lo son. Bueno, casi siempre. :)
ResponderEliminarMe ha encantado.
ResponderEliminarGracias a todos por pasar por este "negociado".
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