Avalanchas de hiel,
cólicos de rabia,
indigestos recuerdos vomitados.
Mancha la palabra esputada.
El portazo tan frecuente
es ya el ritmo
de un triste estribillo,
de disco gastado
de crepitar de aguja astillada.
Duelen los sofás,
lloran los colchones
resentidos.
No hay sentencia bastante
para tanta condena,
amonestaciones de sobre cerrado,
edictos clavados en los cristales.
Ódiame si quieres,
pero de una vez,
no por entregas.
Padezco dolor
de vivir en recaída
y me agoto,
planteándome la parada.
Quizá la cura esté
en el no estar.
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