Cómo les duele
que respires
y otean,
desde mezquinos balcones,
cualquier atisbo de vida
que pase por tu puerta.
Mas no vale el rumor huérfano,
que juzgar es preceptivo
y condenar.
Y dar transcendencia
al sonido de tu aliento,
mandar misivas
a quién más duela,
gesto amistoso
de sadismo vecinal.
Qué ganarán
con la saña,
esperando consecuencias,
lógicas reacciones,
o no,
da igual,
que el pueblo
es pueblo
y las normas
se dictan desde el corredor.
Triste vida
la del inquieto
por los latidos ajenos,
amable expendedor
de viejo estiércol.
Profunda España
de madreña sucia,
favor vendido,
huerta podrida
de col de envidia.
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