La estridencia de los ecos
de las voces muertas,
almacenadas en trastero
y regresadas como peste
con pretensión caduca,
ya no ensordecen
mas liberan las rabias.
Luego queda la pena,
atónita por el absurdo
extemporáneo,
y se revisitan los pozos,
las fosas sépticas,
salas de estar de la tristeza.
Pero queda el aire
que acude al rescate,
el calor cierto
de nueva voluntad,
y la sonrisa de una muñeca
que borra el renglón torcido.
domingo, 7 de noviembre de 2010
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