Las aceras exhumadas
de una ciudad en autopsia
muestran dermis
de cemento torturado
y las cloacas
colapsan ahítas
de sueños desechados.
Se maquillan las calzadas
de rodadas negras,
empolvándose de alquitranes
defecados por brillos de alerón.
Lagrimean las farolas
débiles luces de bajo consumo
que amarillean la existencia
del nocturno caminante,
exhausto de existir,
rodeado de perros
que acechan esquinas
para etiquetarlas de orín huérfano.
El lobo en la ladera
contempla la villa
donde no habita la luna,
resignado al monte recortado.
En el llano,
fúnebre y faraónico,
el castillo de chapa oscura
que asusta las sonrisas posibles.
La prisión social
dónde la amargura se evidencia,
sin ornamento paliativo.
de una ciudad en autopsia
muestran dermis
de cemento torturado
y las cloacas
colapsan ahítas
de sueños desechados.
Se maquillan las calzadas
de rodadas negras,
empolvándose de alquitranes
defecados por brillos de alerón.
Lagrimean las farolas
débiles luces de bajo consumo
que amarillean la existencia
del nocturno caminante,
exhausto de existir,
rodeado de perros
que acechan esquinas
para etiquetarlas de orín huérfano.
El lobo en la ladera
contempla la villa
donde no habita la luna,
resignado al monte recortado.
En el llano,
fúnebre y faraónico,
el castillo de chapa oscura
que asusta las sonrisas posibles.
La prisión social
dónde la amargura se evidencia,
sin ornamento paliativo.
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