Retorno de los alambres
escupiendo mariposas,
infectado de ansia
de vida que me quede.
Amar, a ser posible;
odiar, si más remedio
no queda;
sentir, acaso,
evitando el letargo
del cadáver fingido.
Llenar las copas
de aromas de floresta
y brindar a do de pecho
con convidados de piedra.
Esos que se cruzan
en el diario de acera,
recordándonos algo,
algo que no recordamos,
evocando instantes
que pudieron ser.
Habrá que restañar las vías
por las que se cuela la herrumbre
y dar gas a este crucero
poco lúdico,
a veces galera de condenados,
a veces velero bucanero,
a veces, muchas veces,
balsa náufraga en calma chicha.
Escapar del sacerdocio,
del profeta o milagrero,
que no es pecado
lo que no se purga
si se activa la conciencia
y no saltan las alarmas.
Llegar al fin
con la cabeza alta,
despedirse con dignidad
de lo sembrado,
cosechado,
o robado en huerta ajena,
y procurar dormirse
con aliento calmo,
no caer,
apagarse.
jueves, 4 de noviembre de 2010
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