Deben ser las siete,
al menos.
Creo recordar
el gemido leve
de la alarma del móvil
ahogándose bajo la almohada.
Debo activarme,
liberarme de esta seda
de tejedora araña
que horizontal me retiene.
Responsabilidades
que atender para nada,
para nada sirve
lo cotidiano,
o quizá sí,
pero a veces me enajeno
y ajeno soy
a lo que de mí se espera.
Qué viernes,
creo,
me esperará esta mañana
que veo desde la altura,
levitación desganada
desde un nimbo espeso,
y los rostros jerarquizados
murmuran ajenos a mi presencia.
Deben ser las nueve
y tarde llego,
turbado salto
hacia el café
y la ropa aun tibia
de envolverme.
Otro día,
otra excusa,
o quizá aquí siga,
en engañosa duermevela,
víctima del espejismo fronterizo
entre el sueño
y la vigilia.
Debe ser tarde,
la luz me acusa.
viernes, 13 de junio de 2014
Las siete
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