Desovillo las nubes que cazo al vuelo,
al paso por los ventanales,
y tejo una camisa blanca de agua fresca
para estrenarla el día
de mi vuelta a las calles,
a la gente,
a las voces oídas,
a los gorriones conocidos.
En el armario guardo
sonrisas de aire
y manos terapéuticas,
que llevaré conmigo
si en la mochila caben.
Mientras tanto sigo
disolviendo versos
en jarabe de esperanza,
poemas sin receta
para cualquiera prescritos.
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