En la esquina sin marcar
esperaba el asesino eventual
para cumplir contrato,
armado de daga helada,
como un carámbano
de congelar vísceras.
El muerto inminente
apareció al fondo,
nebuloso de tarde de otoño
pero reconocible en el andar
de quién da los pasos solo necesarios.
El sicario empuñó en el bolsillo
el estilete de dibujar cuchilladas,
presto para el gesto feroz
y lanzó mirada de soslayo
al producto en proceso mas,
¡Que cojones!,
vio que no estaba,
que se disolvió en la niebla
a la vez que sentía
contra la trasera de la oreja
el tacto metálico de un cañón seguro.
- ¿Quién te paga?
Preguntó el muerto
cada vez más presunto.
- Tú.
Dejó caer de su boca
el matarife,
como babeando el pronombre.
- Pues hoy no será.
- Pues no será, tú mandas.
El no muerto se esfumó
y el asesino decidió emborracharse,
haciendo cuentas para el retiro.
“No hay formalidad
ni método
en este oficio antiguo,
el capital todo lo pudre”.
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