Cuelgan de la alambrada
las prendas de un tiempo amable,
jirones multicolores
agrisándose al viento,
a las inclemencias de lo pasado.
Nada queda al otro lado,
pequeños remolinos del polvo
que un día vistió las encimeras
donde dormían las sartenes.
Queda el aire
que abrió ventanas,
lavando los quicios,
invadiendo mi pecho.
A partir de aquí
lo que queda,
nudos de caminos inciertos
peinando variopintos paisajes
y un único y seguro
fin de trayecto.
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