Se estira la escalera
en acordeón desafinado,
tornando el descansillo
en cumbre,
alejando el lecho
y negándote
almohadón
recién planchado.
Es noche
de butaca
resentida,
severa
y rencorosa
con la torpeza
de tu anatomía confusa.
Es noche
domiciliada,
periódica,
matasellada
y lacrada
a la esperanza.
El picaporte,
paralizado,
soldado a meses,
negado a la apertura,
te niega la fuga.
Asomado al ventanal,
ves pasar nubes
dotadas de equipaje,
buscando andén
frente al portal.
Los árboles,
propensos al bostezo,
reparten folletos amarillos
entre los tordos.
Los gatos bailan,
los perros duermen
y la niña,
absorta en la pared,
la más clara,
saca del bolsillo
canciones en madeja.
Cae tu nombre,
cual carámbano,
del techo,
afilado,
cortándote la frente
a tajo seco.
Manan preguntas
de la tibia brecha,
manchando tus manos
incrédulas
e impávidas.
Hoy,
no tienes cura,
que no es noche
de esparadrapo.
Al despertar,
de hacerlo,
todo será distinto,
de otra manera,
igual
o al revés,
con mas peso,
liso o fruncido.
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