Una estampida de peces
secos de monte
y escamados de amianto
me impide cruzar la calle.
Se esconde el semáforo
bajo un toldo de bar
repleto de turistas harapientos.
Llego tarde a la cita
con aquella mujer de esparto,
trenzada en hebras de vida.
Salta el móvil
vibrando al acecho
de cobertura huída.
En una isla de acera
espero desenlaces
y el cemento,
aluminoso,
agrieta mis suelas
dejando paso a la humedad
segregada al paso
de babosas peregrinas.
Mil reproches en mi agenda,
vociferando consignas
contra mis temores.
Burlona,
la acristalada esquina,
la de enfrente,
sonríe mi impotencia
sabiéndome no llegado
a tiempo
a sus escaparates altivos.
No es día de ciudad
por lo que veo,
es día de arena y sal
o de turbulencia
entre nieblas
a media altura.
Siempre queda el café
catatónico y sumiso,
para borrar proyectos
con temple de espuma.
No hay mejor terapia que el aroma del café recién hecho ¿no crees?
ResponderEliminarHay muchas más, Gloria, pero el café y su aroma son, al menos, un buen placebo.
ResponderEliminarGracias por la visita y me honra que te gusten mis amagos poéticos.