Cuánto llega
a gritar el párrafo
implorando la lectura.
Lo ignoro,
consciente de la mentira
a parpadeos.
Se apersianan
mis gafas,
alérgicas al versículo,
a la espera de palabras
tintadas en lo cierto.
Hambriento de letras
me asilo en etiquetas,
en rótulos inocuos o,
como mucho,
me apoyo en la columna
de opinión sin dogma,
extraña,
difícil de hallar
entre la chirriante negrita
del titular teletipado.
Por mucho que escape
del papel sucio,
el monitor no ayuda,
se torna ciénaga acristalada.
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