Las horas,
las de pedernal,
se rozan
incendiando relojes,
siempre desorientados.
Horas densas,
en arista,
que dejan marca
de pedrada.
Es cuando el tiempo,
elástica cinta
discontínua,
se contrae
tras ser forzado,
condensando
momentos
antes dilatados.
El cielo se encapota
de nubes de pegamento
que descargan
aguaceros lentos,
encolando las calles,
las mesas,
los lechos
y así,
adhesivos,
atrapados somos,
ligados a la maraña
temporal
que nos devora.
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