Una estampida
de libélulas salvajes
embiste el ánimo
de mi tez
de corcho molido.
Puede ser
que no tenga
más porvenir
que la plaga.
Convivo
en el enjambre,
inmune a la picadura,
y reposo en el sofá
vestido de abejas.
No hago más
que pisar orugas,
procesionarias,
penitentes
y urticantes,
que peregrinan necias
a mi pecho
de tronco hendido.
Amago el grito,
mas de mi boca
emanan rebaños
de polillas
que silencian llamadas
con carraca
de aleteo.
Mientras,
el grillo en temporada,
afina el violonchelo
de sus monótonas patas,
pretendiendo atención
sobre el musgo
de mis rodillas.
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