Se me escapan
de las manos,
las voluntades anexas
y sin control
campan por las aceras,
prodigando desmanes.
No hay soldadura
que estañe tanta fuga,
que se anegan camarotes
y el fondo espera,
con afán de coral,
mi casco en grieta,
receptivo a los bancos
de peces en jauría.
Atónitos andan,
espectadores
del naufragio,
mas no preguntan,
prudentes,
por causas,
azares
o circunstancias
del siniestro.
Desastre conocido,
enmarcado ya
en triste color sepia.
Sólo una sirena,
extraviada por pequeña,
canta melodías,
desganada ya,
clamando por marinos
curtidos de abordajes.
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