Las palabras salen,
se derraman
y al expedirlas,
toman vida propia,
mutándose puñal
lo que quiso ser mofa.
Podrá uno
pronunciar ramos
que pueden llegar
sólo espinas.
Mas no sólo la voz
es culpable,
que el oído,
envuelve a conveniencia
el vocablo recibido,
y así,
justificado,
devolver silencios penales,
o ristra de reproches.
Desafinado el tono
de un mál músico,
suena a rebato
la pretendida sonata.
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