No arrecian en vano
los vientos que no bebo,
que suenan sordos
contra las cúpulas muertas
de mi oído entumecido.
Y son las luces tímidas
las que despiertan mi afán,
mi ansia innata
de castor vocacional,
constructor de diques
que paren corrientes necias.
Pero no miro al río,
homicida apático
de pescadores lúdicos.
Que miro a lo seco,
a la tierra mordible,
masticable seca
o vegetada de ortiga.
Y al cielo miro,
sol escoltado de nube,
las más veces,
cuando no atosigado
de chubasco probable,
en espera de isobara.
Y miro el paso,
el inmediato por torpe,
evitando desmanes
de un pie entumecido
de dar patadas a cientos,
al obstáculo inherente
a cada caminar lo cierto.
Que no me esperen posadas,
ni refugios polvorientos,
que al raso duermo
o velo,
velo armas herrumbrosas
que,
afortunadas,
nunca guerrearon guerra.
Que llevo herida
de mordisco,
metralla de diente
e infección de labio.
Hematoma,
a mano abierta,
gentil crueldad
pues el puño es avaro
hasta en el golpe
por cerrado.
viernes, 16 de abril de 2010
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