Cuando las cubiertas enmohecen
y se buscan humos furtivos
en estufas ahogadas,
cual si de cónclave cardenalicio
fuera la historia,
el gato maúlla en la acera,
huído de tejados resbaladizos.
No se sostiene la duda
sobre aleros dibujados
a carboncillo blando.
Bastante es ya transitar,
sortear los líquenes,
para buscar enredos de musgo
desde alturas suicidas.
A calleja viva,
a contrapelo,
se respira sin carbonilla
a riesgo de atropello.
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