Ya robé bien temprano en varias gasolineras
unos sacos de hielo de agua de lágrimas,
refrigerante supremo para las ánimas en combustión,
pues solo la lágrima extingue en el monte bajo
de los deseos frustrados.
Ahora ya estoy listo para afrontar los termómetros
de las aceras y esos de estos días
con los que te ecañona a cada poco
la Policía de la templanza.
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