El hombre se acorrala en la tarde,
las horas le palmean la frente.
Anclado en un instante vacío,
en la nada de la nube hueca,
lloviendo ausencias de nadie.
Es viernes,
y además santo.
Se conmemoran tragedias encuadernadas,
mientras tu sombra,
espantada de la bruma,
se arrodilla a tu espalda
y tú no das clemencia.
Es hora ya
de lavarse de nuevo las manos.
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