Naufrago
de una mancha
indeleble,
perenne
y retroalimentada,
embalado en grises,
no reconozco
mi andamiaje
de reforma postergada.
Porque ya no hay aves
anidando en mis almenas,
y no hay vuelo
en mi palabras de plomo.
Podría enfoscar
las grietas
de mi fachada en cuarentena,
apuntalar las vigas
del ser
con afán de ser,
arrendando salas,
o largos pasillos
que convergen
en el muelle,
donde atraqué la barca
que me lleve
al río cierto,
inevitable.
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