Lastrado por las noches
que acumulo en los bolsillos,
cual mísera calderilla,
las mañanas son densas
de edredón ermitaño
y calles de plomo.
Las tardes
suspensivas
y el reloj amortajado
son la ración diaria,
mi emolumento.
Y así arrastro
mi osamenta apaleada
por los avatares,
cansado,
henchido de humo
de tabaco necio.
Me acorralan
los reproches
en batida,
justos
pero inclementes,
propios y ajenos,
y elaboro una defensa
a silencios huecos
que no me absuelve.
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