Llueve ahí fuera,
como cortinas sucias,
casi opacas,
en un salón difunto.
Lluvia musicada
por un violinista loco,
pintada en el aire
por pinceles ciegos,
esculpida en reja
por el carcelero
de las primaveras.
Llueve,
nada raro,
agua hastiada de la nube,
suicidándose en goteo
sobre los ánimos frágiles.
Llueve en rebeldía
contra un sol pusilánime.
Llueve ahí fuera,
dentro,
la humedad tan solo.
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