No me diga,
hoy,
desde su almohada ocupada,
que soy yo el que desama.
No me diga,
usted,
mi señora de otro,
que debo estar
no se donde,
no se cuando,
que no,
que no me diga,
desde su torre blanca
de raso blanco conyugal
que yo no siento,
que no,
que el pozo me lastra
y me llama
mientras me miran,
desde la boca ancha,
ojos negros perdidos,
azules ojos furtivos
y otros ojos incrédulos
esperando el impacto
de mi cuerpo náufrago.
Y no hay sábana
para el rescate,
sólo sábana usada
por cuerpo ajeno.
No me diga,
no me quiera,
no me mienta
y déjeme caer,
rebotar,
que yo me salvo,
sólo,
sin manos
de olor prestado.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
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