Emerjo,
cautivo del lago
en que me ahogaba
y busco aires
topando incendios.
Y el fuego cura
pero abrasa y
el ascua
pare toxinas
que devuelven
los ahogos.
Imantado ando,
atrayendo metales
de absurdo drama.
Huiré a la cumbre.
No me busquéis
que nada ansío,
sólo soledades propias
que tanto hieren
como cauterizan.
No me améis,
que no merezco
ni amor ni condena amable.
Despreciadme
si gustáis.
Justo es,
y necesario,
para la salud propia
y ajena.
Que el desprecio es
vacuna para a la alergia
a las pieles,
las que se me dan
en sobredosis.
Dejadme ser
sin estar
al lado.
Solo,
firmando armisticio
conmigo,
enemigo
de única guerra
declarada.
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