Cómo crecen
las arenas
en el reloj del pecho.
Y cuanto más llueve
tras los lamidos cristales,
más polvo seco
comienzo a aspirar.
En las noches,
a veces,
entro por la gatera
para no despertar
a los fantasmas necios
de mi cuarto.
En las mañanas,
preso de sábanas
y dunas,
peleo para la huída,
y me enveneno
de café y tabaco,
para vivir el día
un poco más muerto.
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