Podemos colorear la arista,
dar tono cálido al gélido cemento
que fraguamos día a día,
decorar las asperezas,
diversificar lo idéntico.
Puede que convenga
dinamizar lo estático,
lo que sostiene,
con preceptiva rudeza,
nuestra levedad de carne.
Podemos impostar la flor
en yertos cubos de hormigón armado,
sabernos mejores
camuflando el gris que nos guarda
y las tormentas serán más dulces,
edulcoradas de almíbares sintéticos.
Mejor derribados por la ola
si la caída hiere en tonos pastel.
La superficie seda,
pero menos mal que hay aridez,
firme y arisca
bajo la ilusión sonora,
que muda nos asegura
el suelo necesario.
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