El ángel herido,
de guardia inútil sobre sepultura,
espera el relevo improbable,
resignado y poroso,
calizo y pétreo,
firme en la erosión
de tiempo congelado.
Ignorado por los muertos,
pues la muerte es ignorancia,
siente nostalgia de cincel,
que bien podría haberlo esculpido querubín
de pórtico peregrino
en lugar de guardián de lápida.
Desagradecidos son los muertos
al velatorio,
al ramo marchito,
a la candelaria,
y el ángel morir quisiera,
liberado de la piedra
y de las sombras alargadas
de los cipreses altivos.
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