Ahí estáis,
en la corte de los reyes de esparto
desayunando pedradas a cobro revertido,
leales y convictos,
profundamente realizados en la catatonia
de compartir tarjetas de culpar culpables expiatorios
y que la redundancia bien me valga
para que el asco atruene.
Que atruene el asco por las quijadas caídas
que asienten hambrientas de un balbuceo de engrudo,
un masaje lácteo para afrontar la carga
de acostalar espantajos,
esos que os alivian
de lo que duele encender una luz nimia,
que es lo que os sufre
y así trajisteis el esparto
de los reyes incendiarios de dameros.
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